Monturaqui: La Realidad de un Sueño
(Basado en hechos verídicos)
Texto: Camilo Rada y Ricardo Demarco
Todo comenzó un Sábado como cualquier otro en el
Observatorio de ACHAYA (Asociación Chilena de Astronomía
y Astronáutica). Allí, un socio mencionó que
existía un Cráter de meteorito llamado Moturaqui,
Mataraqui o algo así, lo que fue la ignición de una
larga aventura hacia el desierto y los confines del tiempo.
A continuación relataremos de manera entretenida los
acontecimientos que se sucedieron en esta aventura.
Capítulo 1:
Acortando distancias
Capítulo 2:
Al encuentro...
Capítulo 3:
La bolsa amarilla
Capítulo 4:
El Lobo
Capítulo 5:
Viaje al
centro de la Tierra
Capítulo 6:
El primer adiós
Capítulo 7:
Monturaqui 1999
Expedición Monturaqui 1998
CAPÍTULO PRIMERO: ACORTANDO DISANCIAS
La noche estaba completamente estrellada. Levantavamos nuestros ojos
para contemplar la belleza del paisaje sobre nuestras cabezas y
comenzamos a conversar sobre las maravillas del cosmos. No lejos de
nosotros, a unos 50 metros, se encontraban las carpas que, a partir de
ahora, iban a convertirse en nuestros pequeños hogares. Eran
las 22:00 hrs. aproximadamente y nos encontrábamos en
Baquedano, localidad distante unos 72 kilómetros al norte de
Antofagasta, lugar que correspondía al primero de nuestros
campamentos en la aventura que estabamos comenzando.
Hacía tan solo algunas horas atrás que el grupo total de
23 expedicionarios se había reunido en Antofagasta,
después del largo y agotador viaje del último de los dos
grupos que habían partido desde la capital. El día
anterior, el primer grupo había llegado a Antofagasta para
conversar con el astrónomo Luis Barrera, de la Universidad
Católica del Norte, quien ha orientado esfuerzos hacia el
estudio de cráteres de impacto meteóricos en nuestro
país. Luis Barrera nos proporcionó toda la
información necesaria para terminar con éxito nuestra
expedición. Ahora nos encontrábamos todos a la espera de
poder continuar al día siguiente nuestra aproximación a
lo que hasta ahora sólo conocíamos por referencias y
fotografías: el cráter de meteorito llamado Monturaqui.
Luego de repasar las actividades a realizar durante el siguiente
día, todo el grupo se fue a recargar energías para poder
iniciar la aproximación inicial lo más temprano
posible. Esta consistía en ir desde Baquedano hasta el poblado
de Peine, lugar donde montaríamos el segundo campamento. A la
mañana siguiente, a eso de las 07:00 hrs., cada grupo
comenzó a salir de sus respectivas «casas». El
frío matutino se hacía sentir con gran intensidad. La
aparición del astro rey tras los contornos desérticos de
la zona, nos hizo paulatinamente recobrarnos de las bajísimas
temperaturas. Siguiendo el plan diseñado, se procedió
con el abastecimiento del agua y del combustible, mientras
paralelamente se levantaba el campo 1. Una vez cargadas las
únicas dos camionetas con las que contaba la expedición,
se comenzó el cruce del desierto con dirección a
Peine. Mientras una parte del grupo se adentraba por una carretera que
conducía directo hacia el Salar de Atacama, la otra
debía esperar el regreso de las camionetas que volverían
para trasladarlos al lugar del segundo campamento. La
operación de traslado de todo el equipo y los miembros de la
expedición desde Baquedano a Peine duró mucho más
de lo planeado, completándose exitosamente esta etapa de la
expedición alrededor de las 10:30 PM, hora a la que
llegó al campo 2 el resto del grupo. La noche fue menos
fría que la anterior. Durante la tarde había sido
posible disfrutar de un exquisito baño en la piscina del
pueblo, además de recorrerlo, documentarse un poco con la gente
del lugar y contemplar una hermosa puesta de sol. Una fogata
sirvió de centro de reunión para conversar, cantar y
pasarlo bien, olvidando las tensiones de la aproximación.
Además, dos telescopios permitían acercarnos a los
planetas y las estrellas desde tan singular rincón del desierto
de Atacama.
CAPÍTULO SEGUNDO: AL ENCUENTRO...
Expedición en Peine. Crédito: M. Palomino
A la siguiente mañana, la levantada fue un poco más
temprano que de costumbre. Había llegado el día
más esperado por todos. El objetivo a cumplir ese día
era el de llegar al cráter mismo. Un grupo de avanzada dio
inicio a la aproximación final emprendiendo viaje desde Peine
hasta el lugar de impacto del meteorito. Con GPSs, mapas y
fotografías comenzó algo así como «la
búsqueda del tesoro». Nunca antes alguien de nosotros
había completado con éxito la aproximación. La
ruta a seguir sólo la conocíamos por referencias, y en
realidad, de acuerdo a la información que pudimos conseguir al
respecto, se trataba de una muy complicada. Lo más probable era
que tendríamos que llegar con las camionetas lo más
cerca posible del cráter, transitando por quebradas de
difícil acceso, y completar la aproximación a pie, sin
poder llegar con éstas al objetivo mismo. Sin embargo,
manejábamos también una información que
hacía referencia a un camino nuevo que se aproximaba bastante y
además sin problemas, al cráter. Las camionetas se
adentraron en el desierto más árido del planeta, dejando
tras de sí una estela de polvo que podía ser vista a
gran distancia. De pronto, nos detuvimos. Parecía que
habíamos errado la ruta. Sin embargo, por alguna razón,
decidimos continuar por el camino que llevábamos y ver hacia
donde conducia. Así, nos dimos cuenta que en realidad
íbamos por buen camino; a la distancia se apreciaba el cerro
Tambillo, distante pocos kilómetros del cráter,
así como también se veía una delgada franja que
se aproximaba serpenteante a dicho cerro: sin querer habíamos
encontrado el camino nuevo que nos conduciría directo a la
meta. La ruta que seguíamos era nueva, tenía
apenas 8 meses, de modo que no había ninguna posibilidad que
figurara en los mapas que llevábamos. Este camino había
sido construido para facilitar la intalación de una red de
torres de alta tensión, destinadas a traer energía
eléctrica desde Argentina. En pocos minutos dimos con el
campamento de la gente encargada del levatamiento de las torres. Tras
conversar con uno de los encargados, supimos que verdaderamente este
camino pasaba a un costado del cerro Tambillo, pudiendo darnos cuenta,
además, del completo desconocimiento de estas personas sobre la
existencia del cráter. La primera información nos
alegró tremendamente y en fracciones de segundo ya nos
encontrábamos en camino de lograr nuestro sueño.
Las camionetas avanzaban sin problemas por un camino serpenteante y
polvoriento, rodeado por un hermoso paisaje. En poco tiempo pudimos
ver aún más de cerca el Tambillo. El entusiasmo y la
alegría crecía cada vez más. Los mapas y
los GPSs nos indicaban que el cráter estaba ya cerca. Nos
detuvimos. De acuerdo a los datos de nuestra posición,
estimamos que estábamos a escasos 1500 metros de distancia del
objetivo. Decidimos que lo mejor era dejar las camionetas y
aproximarnos a pie, a campo traviesa, directo al cráter. La
emoción creció. Entre las piedras del terreno se
hacían oir nuestras pisadas que a cada instante parecían
ir más de prisa. Una gran quebrada aparecía como
obstáculo en nuestro ataque final. Sin problemas, esta fue
sorteada, sin dejar de maravillarnos por lo hermoso de nuestro
alrededor. A estas alturas, nuestro grupo de avanzada, compuesto de 14
personas, se había separado en pequeños grupos que
realizaban su propia aproximación por rutas independientes. En
un momento pareció como si cada grupo estuviera compitiendo por
llegar primero a la meta. La emoción crecía a cada
segundo. Los GPSs indicaban que el cráter no podía estar
distante más de 100 metros. El corazón latía con
fuerza. De pronto, uno de los grupos, formado por Hermann
Manríquez y Ricardo Demarco (uno de los autores de esta nota)
se encontró a escasos metros de un pequeño levantamiento
del terreno. La felicidad ya no podía ser contenida.
Ansiosamente, avanzaron unos pasos y quedaron atónitos. Una
enorme cavidad de 400 metros de diámetro y 45 metros de
profundidad se mostraba a sus pies, lugar donde un viajero
extraterrestre decidió terminar con su peregrinaje por el
Sistema Solar. Los abrazos y los gritos de alegría eran
señal inequívoca que la expedición había
logrado éxito: Monturaqui, el cráter de meteorito que se
había convertido en un objetivo soñado, era ya una
realidad. Las manifestaciones de alegría fueron
rápidamente vistas por los demás grupos. Así,
Camilo Rada (uno de los autores de esta nota) se unió casi de
inmediato a los festejos, a los que poco a poco se fueron sumando los
más rezagados. Luego se procedió a tomar la infaltable
fotografía del grupo de avance en la sima misma del
cráter, donde la conversación tendía a definir
una infinidad de "primeros", primero en "llegar al cráter",
primero en "ver el cráter", primero en "bajar al
cráter", primero en "correr por el cráter", etc... Tras
los festejos, saludos y otros actos de catársis, nos volcamos a
descubrir una ruta que permitiera la aproximación de las
camionetas al cráter, ruta que fue finalmente encontrada
siguiendo en un principio al histórico Camino del Inca y luego
cortando serpenteante hacia el majestuoso cráter. Luego
de bajar el equipo y los 230 litros del vital elemento que nos
abastecerían durante la estadía, comezamos a armar el
campamento final, mientras las camionetas y sus abnegados choferes
regresaban a Peine, para contar la buena nueva y traer al resto del
grupo.
CAPÍTULO TERCERO: LA BOLSA AMARILLA
Mientras las camionetas se alejaban, comenzaron las labores
domésticas, tales como armar las carpas, definir el
baño, instalar el depósito de agua, preparar la comida,
etc. Finalmente, nos dimos un merecido descanso a la espera del resto
de nuestros compañeros, mientras contemplábamos un
particular ocaso como fondo tras la suave silueta del
cráter. Con las camionetas aún en camino y la luz en
descenso, veíamos cada vez más dificil que hallasen el
camino de regreso, por lo que al pasar las horas comenzamos a
preocuparnos. Sin embargo, sabíamos que se había dejado
una señal al comienzo de la huella que se sale de la vía
principal y que llega al cráter: una notable, vistosa y bien
ubicada Bolsa Amarilla. Cual fuera nuestra sorpresa cuando llegaron
las camionetas cargadas de gente apelando a viva voz acerca de las
virtudes de la Bolsa Amarilla. El descontento y las protestas eran
evidentes. Luego de calmarse los ánimos, se nos informó
que dicha señal había pasado desapercibida, nadie la
vio, lo cual hizo que se pasaran del desvío por varios
kilómetros lo que produjo algunos ánimos perturbados que
más tarde fueran origen de las únicas críticas
que se hicieron a la expedición. Luego de una rápida
acción conjunta del grupo para acomodar a los recién
llegados y resguardarlos del intenso y frío viento que nos
envolvía, se realizaron las ultimas actividades de la jornada,
ya dentro de las carpas, en pequeñas reuniones se comentaron
las aventuras del día y lo estimulante que resultaba estar ya
todos en el lugar de los hechos, a solo horas del inicio de las tan
ansiadas actividades de investigación que hasta aquí nos
habían movilizado. La noche por cierto, se mostraba con
muy escasa nubosidad, por lo que se dejaba ver un hermoso cielo que
exponía sin pudor alguno sus más bellas facciones, por
ejemplo se podía uno deleitar ante la clara vista de
Andrómeda, el objeto más lejano visible a simple vista
(y aquí sí que era visible a simple vista). Destacaban y
saltaban a la vista de los intrusos, las claras Nubes de Magallanes y
el obscuro saco de carbón, y para nuestra suerte se asomaban
por el norte constelaciones boreales tan hermosas como Cygnus, Lira y
Hércules, las que en otras veladas entre el cielo y el viento
nos mostrarían algunas de sus joyas.
A la mañana siguiente, los primeros rayos del alba lograron rápidamente
desentumir a los más friolentos y calentar las carpas,
apresurando la levantada de los últimos viajeros arribados al
lugar, pues se les presentaba ahora la primera posibilidad de
contemplar el cráter en todo su esplendor y majestad. De esta
forma, nuestra primera mañana en Monturaqui comenzó
bastante rápida y eficiente, pues luego de los desayunos se
procedió inmediatamente a organizar la búsqueda de las
muestras; para esto se expusieron las fotos y piezas de lo que
buscábamos, a manera de quien da a oler a un sabueso un trozo
de ropa para que inicie el rastreo. Tras repartir a todos un manojo de
tiras plásticas amarillas a manera de marcadores, y de
establecer una nomenclatura práctica que a través de
nudos en las marcas especificaba la distribución de muestras,
partimos todos al extremo sur del cráter de donde con un
notable ánimo y modesta esperanza de encontrar los casi
mitificados Iron Shales , iniciábamos la búsqueda que al
poco rato cubriría gran parte del borde del cráter de
decenas de seres cabizbajos y de apariencia meditabunda, que a paso
lento recorrían las áridas rocas con mirada inquisitiva
y movimientos tambaleantes que en algunos casos hacían dudar de
la integridad etílica de los participantes de esta
empresa. Luego de escasos minutos me preguntaron: ¿ Oye,
no será por casualidad... en una de esas... pues uno
nunca sabe... quizás esto es algo parecido a... tal vez algo
así como un coso de esos... como más o menos
parecido a... un... Iron Shale? ¿eh?, ¿a
ver?... ¡Sí! Y efectivamente no pasaron más de 10
minutos antes de que se hallara la primera de las preciadas muestras,
la que fue seguida luego por varias más. Respecto a las
impactitas parecía ya casi chistoso, pues en el lugar de donde
se inició la búsqueda era difícil hallar un metro
cuadrado que no contuviese varias impactitas, produciendo la
desesperante sensación de necesitar una marca plástica
de varios metros, pues con las que teníamos la tarea se
atisbaba bastante larga. Mas tarde llegando al extremo Este del
cráter, la paz de la búsqueda se vio interrumpida por un
grito de mensaje fascinante que pregonaba ¡El tesoro, El tesoro,
encontré el tesoro [meteorito]!, y que emanaba de la boca de
Ricardo Demarco, el que con gestos de expresa euforia, alucinaba
frente a la vista de un hermoso grupo de rocas evidentemente
metálicas que frente al imán se comportaban como una
herradura. La primera impresión era fascinante, pero luego de
un examen escéptico de las muestras, digno de quien estudia
ciencias, nos convencimos que se trataba tan solo de una curiosidad
geológica dentro de la diversidad pétrea del lugar, la
que sin duda para nuestros ojos inexpertos podía resultar como
un análogo del "oro de los tontos".
Finalmente la jornada se vio relajada por un almuerzo y las conversas que se iniciaban con
grupos que contemplaban la inmensidad del cráter, o en las
socializaciones de un par de solitarios sabuesos buscadores de
piedras. Existieron por fortuna, acaloradas y productivas "sesiones"
acerca de la fisonomía y naturaleza del cráter, de forma
que poco a poco se nos iba aclarando la película acerca de lo
allí sucedido hace cientos de miles de años, generando
"in situ" una excitante sensación de descubrirríiento, y
comprensión del agitado pasado que escondían estas
calladas piedras. Ya por la tarde, el cráter se hallaba regado
de marcas amarillas que luego serian anotadas y retiradas, el animo
era tranquilo, de contemplación y paz, la que fue claramente
perturbada por un incidente "pirotécnico" pues un anafe hizo de
las suyas al tratar de ser operado por uno de los más expertos
en dichas tareas, quien terminó medio chamuscado y con una gran
cantidad de adrenalina en las venas, pues se vio relativamente cerca
de la plena incineración de una carpa (que por cierto no era la
suya). Luego, tras el ocaso, el frío y el viento se
apoderaron del lugar, produciendo "principios de deserción" en
varios de los que estábamos ansiosos de romper el esquema del
día y voltear la vista del suelo al cielo. Finalmente la
voluntad de enfrentarse al clima fue con creces recompensada pues los
más afortunados pudimos deleitarnos con más de una
galaxia o nebulosa e incluso pudimos observar claramente la nebulosa
Norteamérica, ¡con unos simples binoculares 7x50!
Antes de las aventuras astronómicas, ya nos habíamos
reunido en las carpas más grandes para conversar y afinar la
levantada y el trabajo del día siguiente. Así, ya
cansados, nos vertimos por completo a nuestros sueños, los que
arrullados por el viento nos llevaron a través de una noche
para algunos fría, pero sin duda reponedora.
Por cuarta vez veíamos levantarse el Sol sobre estas
áridas tierras nortinas, y con renovadas energías nos
dispusimos a enfrentar el penetrante frío matinal con un
café, té o una leche caliente, y cual no fuera la
impresión cuando varios se percataron de que ollas, platos y
cubiertos se hallaban firmemente unidos por un sólido bloque de
hielo que un día fuera el agua para remojar los trastos sucios,
así tras separar lo unido y descongelar lo congelado empezamos
a organizar la aventura del día: "Encontrar Tilocalar". Este
cráter, el segundo y último de la expedición se
hallaba a poco más de diez kilómetros al Este de
Monturaqui, para hallarlo contábamos con cartas (mapas) de la
zona, fotografías aéreas y GPS's, además de mucho
animo e insuficiente experiencia en crear rutas en estos
terrenos. Sin más, algo después de lo planeado, un
grupo de aproximadamente diez personas se montó a la camioneta
mejor equipada (120 litros de bencina extra y dos ruedas de repuesto)
y partimos hacia la imponente cordillera que se alzaba con volcanes y
altos nevados. Luego de deshacer parte del camino que nos condujo a
Monturaqui, llegamos a las instalaciones de los que ejecutaban la
postación, donde nos informamos acerca de los caminos por ellos
construidos (estaban instalando una línea de alta
tensión que atravesaba Chile de Este a Oeste). Finalmente
decidimos aventurarnos por uno de ellos, pues esperábamos nos
acercara bastante a nuestro objetivo. El paisaje visto desde el
camino era hermoso, de hecho una pequeña pausa permitió
inmortalizarlo junto a los expedicionarios. El camino poco a poco
presentaba pasos más y más complicados, que permitieron
lucirse a los choferes que en esta oportunidad conducían las
camionetas, realmente nos podíamos sentir seguros con ellos al
volante, aunque no se puede negar que frente a curvas, grandes
pendientes y acantilados muchos estómagos se retorcieron un
poco. Finalmente, al subir una pequeña loma
apareció frente a nosotros el enorme macizo café obscuro
que se observaba en las fotos aéreas, y que vaticinaba el
éxito de nuestra búsqueda, nos separamos del camino que
seguíamos y empezamos a seguir sendas sutiles y efímeras
que a tramos prácticamente desaparecían, aquí la
marcha era lenta, un grupo de gente caminaba frente a la camioneta
despejando las piedras y esperando que más adelante el camino
permitiera un ritmo más fluido. De pronto el diáfano
aire se impregnó de un extraño aroma a
«caja-de-cambio-de-camioneta-Hilux-quemada», así
los expertos decidieron dejar las camionetas y continuar el camino a
pie.
Luego de equiparse con todo lo necesario y de marcar la
posición de la camioneta con el GPS, iniciamos la última
etapa del aproximamiento, a poco andar, y tras unos pequeños
problemitas con Ami, la expedicionaria más joven, nos
encontramos con un verdadero parque de esculturas, pues el cerro se
hallaba cubierto de enormes rocas con formas extrañas y grandes
socavones que en algunos casos podían cobijar a varias personas
en su interior, las formas eran hermosas y recordaban dinosaurios,
catedrales, perros, etc. Nuestros compañeros geógrafos,
nos enseñaron que se llaman Tafonis y que les
impresionaba verlos aquí pues están asociados a un
tipo particular de erosión de la roca en que la sal marina
jugaba un papel fundamental, así supusimos que el salar, que
está a poco más de 20 Km. al Norte, generaba aquí
las condiciones necesarias para producir estas impresionantes
estructuras. Continuamos muy bien guiados por las fotos
aéreas, ya que los abruptos cambios de color en el terreno nos
permitían saber donde estábamos y hacia donde estaba el
cráter. Así, tras una complicada marcha entre rocas y
abruptas quebradas llegamos finalmente al cráter de Tilocalar,
hermoso, enorme; emplazado en un terreno volcánico, mostraba
muchas similitudes y diferencias con Monturaqui. Lo primero que
saltaba a la vista, era el manchón de sedimentos blancos en el
fondo del cráter, y las formas de algunas de las laderas y
regueras del cráter, ambas cosas muy similares a lo visto en
Monturaqui. La diferencia era principalmente el terreno, el que, al
estar cubierto de escorias volcánicas, nos parecía
imposible encontrar impactitas aunque estuviese regado de ellas.
También la forma era muy distinta, pues el margen Sur de este
cráter era bastante irregular y muy erosionado,
observándose además mucha más vegetación
seca al interior, lo que acusaba más agua y con ello
erosión. Luego de comer, beber y descansar un poco de la
marcha y el implacable sol, nos dispusimos a recorrer el sector, pues
la partida debía empezar pronto si queríamos llegar con
luz a la camioneta. Durante aproximadamente una hora pudimos
fotografiar y observar el cráter, además de tomar
algunas muestras del terreno.
A la camioneta llegamos exactamente en el atardecer, de hecho antes de partir tuvimos que
esperar a los fotógrafos mientras inmortalizaban el ocaso. El
regreso fue emocionante en las partes más complejas del
camino. Luego, ya pasada la postación sólo nos quedaba
poner atención para no correr la misma suerte de nuestros
compañeros dos días antes (capítulo 3),
así llegamos perfectamente al desvío y luego al tambo
y.... aquí comenzó la aventura. Luego de andar
más de lo esperado y no encontrar nada conocido, nos percatamos
que estábamos perdidos, debiendo tomar posiciones. Gente de pie
atrás de la camioneta, GPS alerta, luces altas y linternas. Nos
ubicamos un poco, nos dimos unas vueltas, pero no aparecía
ningún sendero, así Camilo Rada partió con el GPS
hacia el campamento, para hacer camino desde allá y Ricardo
Demarco con Javier Rivera (Geografía) se adelantaron a la
camioneta para buscar camino, y lo encontraron, de hecho llegaron al
campamento asustados, corriendo y gritando ¡¡Un Lobo, Un
Lobo!!, lo que generó una rápida salida de gente de las
carpas, donde Pablo Torres (Física UC) dijo:
"¿Cómo va a ser un Lobo, debe ser un Zorro, de
qué porte es?" - "como de 50 por 80" (no se supo si era
rectangular o cilíndrico), - "No, no puede ser"...... Y
así siguió la discusión acerca del Lobo, en un
tono que hacia creer que eran 50 por 80 metros más que
centímetros. Finalmente, todos llegaron al campamento,
incluso la camioneta. Y, mientras Ricardo y Javier contaban de
cómo escaparon de ser devorados por un lobo extraviado, de
pronto los focos de la camioneta dejaron ver al "LOBO", un
pequeño zorrito que por el tamaño parecía ser
zorro Chilla (el más pequeño de la zona), nos miraba con
cara de ¿quiénes son éstos y por que no me tiran
unas chuletitas?; así lo pudimos observar bastante rato, hasta
que finalmente se marchó llevando consigo la leyenda de "El
Lobo de Monturaqui" un monstruo que viajaba en un meteorito y que
ahora se dedica a perseguir y comer expedicionarios extraviados.
Los recién llegados nos volcamos a labores culinarias, luego de
las cuales nos reunimos todos en las carpas grandes para conversar y
planear el próximo día, día que nos vería
despedir este hermoso paraje. Así terminábamos
exitosamente otro de los objetivos de la expedición: "Encontrar
Tilocalar". De esta forma, y muy satisfechos, volvimos a nuestros
acogedores hogares nortinos, incluso quienes queríamos observar
el cielo, pues esa noche las nubes nos forzaron a acostarnos y
descansar lo suficiente al menos esa vez.
CAPÍTULO QUINTO: VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA
Expedición en Monturaqui. Crédito: M. Palomino
La mañana de nuestro último día en Monturaqui se
transformaría en una batalla campal contra el tiempo y los
elementos. Habíamos acordado que se irían en la
primera partida quienes primero estu-vieran listos, y por
algúan motivo la mayoría quería irse temprano;
por el contrario, un pequeño grupo nos la tratábamos de
ingeniar para poder permanecer unos días más junto al
cráter. El desarme de algunas carpas fue impactantemente
rápido, igual rapidez con la que iban copando los lugares en
las camionetas. Al acercarse el momento de la partida se produjeron
algunos problemitas pues muchos querían partir, sin embargo,
gente filántropa y de gran criterio se postergó en un
gesto altruista para que sus compañeros pudieran partir primero
(esto no sin antes unas buenas discusiones, tirones de mechas, etc.,
pero sabemos que es altruismo al fin y al cabo) ¿hermoso no?
Sin embargo, antes de la partida del primer grupo de gente, hubo
tiempo para muchos de sacar sus últimas fotografías del
cráter, además de, por supuesto, la foto oficial de todo
el grupo de expedicionarios en Monturaqui. Luego de salir la primera
partida de camionetas, nos percatamos que teníamos una larga
tarde por delante, y así empezamos a preparar lo que
sería el... «Viaje al centro de la Tierra», o tal
vez sólo en dirección al centro, pero bueno, esa es la
idea. El asunto es que en una de las laderas interiores del
cráter, una de las primeras expediciones construyó un
pique, del que sabíamos sólo por vagas referencias, y
que a primera vista parecía un hoyo de sección
transversal cuadrada, de un metro ochenta de lado, aproximadamente, y
una profundidad de siete metros. El equipo que teníamos
era más que suficiente: arneses, mosquetones, descendedores,
cordines, cascos, linternas, etc.; de hecho teníamos como 110 m
de cuerda. El problema era «dónde diablos anclamos la
cuerda». Los constructores del pique habían dispuesto
para la excavación del mismo, un trípode de madera que
en sus años debió ser muy resistente y que servía
para sacar el material extraído durante la excavación
por medio de un balde, cuerdas y una polea. Pero el tiempo lo
había deteriorado a tal punto que estas antiguas vigas no
parecían más que una gran aglomeración de
astillas secas. Luego de un análisis serio y las
correspondientes discusiones, nuestro veredicto fue: «a falta de
pan buenas son las tortas» y pusimos el anclaje en el
añejo trípode; ahora sólo nos faltaba probar si
éste nos soportaría.
Camilo Rada se ofreció voluntariamente (dedocráticamente) como conejillo de Indias
para probar la resistencia del anclaje. Así, luego de colgadas
tentativas, finalmente dejó caer todo su peso sobre las
envejecidas vigas, las que repondieron bastante bien (efectivamente
respondieron, es decir ¡»hablaron»!). Así se
descendió lentamente por el pique recogiendo muestras y sacando
fotografías cada aproximadamente 1,5 m. Ya avanzados unos
cuatro metros se veía próximo el fin de la aventura,
pero al bajar nos comenzamos a percatar de algo pecu-liar, algo
extraño: una pequeña cavidad en el fondo de la pared
norte del pique; bajábamos más... no, no tan
pequeña, bueno, mediana... y seguíamos bajando, hasta
que finalmente, ya en el fondo (7 m), la cavidad se transformó
en un túnel cuyo fondo se perdía en la oscuridad. Nos
percatamos que la aventura estaba recién comenzando.
Aquí nos dimos cuenta que la linterna frontal que Camilo
llevaba adosada al caso serviría para algo, pues al comienzo
parecía sólo un artilugio «para la
foto». Comenzamos a adentrarnos en este tramo horizontal
del pique; era impresionantemente amplio, a casi todo su largo
permitía caminar absolutamente erguido. Nos adentramos poco a
poco, y el pique continuaba, la excitación crecía y cada
paso nuevo era absolutamente inesperado; a poco andar ya nos
sentíamos como aventurados espeleólogos.
Finalmente, tras llegar al fondo y volver corriendo para informar al
resto del grupo de la longitud exacta del pique, se escuchó:
«es más largo que la... recorcholis». Luego,
recorriendo mejor, nos encontramos con momias naturales de un
muestrario de la fauna del lugar: tres especies de roedores,
escarabajos, saltamontes, etc. Finalmente la longitud del pique
resultó ser de 23 m, de los cuales 7 eran verticales y 16
horizontales. Luego se aventuraron a bajar Marcela Palomino y
Ricardo Demarco. Más tarde Marcela y Camilo se dedicaron a
extraer las muestras que traeríamos a Santiago y a sacar varias
fotografías, mientras hacíamos el experimento de
escuchar desde el fondo del pique los pasos de quienes estaban en la
superficie. La idea era poder estimar de esta forma el grosor de la
capa de roca que cubría a quienes se encontraban bajo la
superficie. Caminaron los dieciseis metros y sí,
«¡sí los oímos!»,
«¡sí los escuchamos!» gritaban desde las
profundidades, pero los de la superficie no escuchaban, y comenzaban a
pisar más fuerte y a saltar, y comenzaba a caer polvo del techo
del pique; y a saltar más alto, y caían piedrecitas;
más fuerte y caían piedras; y Camilo Rada, quien
además no estaba con casco, tuvo que salir corriendo para
detener a los entusiasmados «saltarines» y así
evitar el colapso del pique. Luego de observar todo lo observable, y
fotografiar todo lo fotografiable, nos retiramos subiendo por la
cuerda con un lento y complejo sistema de nudos (machard). El
último debió subir la mochila a su espalda cargando
así a la cuerda su peso más el de la gran cantidad de
piedras que llevaba, lo que al iniciar el ascenso fue terminantemente
rechazado por los que estaban arriba, pues ellos podían
escuchar los «quejidos» de las vigas. Se subió
primero la mochila y luego al último de los integrantes de
nuestro «viaje hacia el centro de la Tierra», quien ya en
la superficie fue informado de que las vigas parecían casi
quebrarse en su primer intento de remontar la cuerda. De esta
forma habíamos terminado nuestra última tarea en el
cráter, y nos quedaba tan sólo esperar el regreso de las
camionetas, para que se llevaran a los que quedaban y trajeran
noticias a quienes querían permanecer aquí unos
días más.
La espera fue tranquila, disfrutamos de una abundante olla comunitaria (8 personas) de lentejas con arroz,
mariscos y longanizas, lo que a estas alturas del partido era casi de
ensueños. Pocas horas antes del ocaso llegó Axel
Bonacic conduciendo la camioneta y trayendo dos terribles noticias. La
primera era que todos los planes que permitirían permanecer un
tiempo más a quienes querían quedarse habían
fracasado, y la segunda, que a la otra camioneta se le había
roto la caja de cambios. Así, tras reactivar nuestro sistema
nervioso central y pensar un poco... mmmmmmm... una camioneta + un
chofer + 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 personas (un poco de ayuda con los
dedos) = 9 ¡Nos vamos a tener que ir los nueve en una
camioneta!. Al comienzo nos complicamos un poco, pero después
nos dimos cuenta que era muy fácil: tres adelante y seis
atrás, ¡obvio! Partimos; impresionados de
cómo pudimos caber y por supuesto de cómo todos sacamos
a relucir nuestras dotes de contorsionistas; iban cuatro en el asiento
de atrás sentados, dos semiacostados sobre ellos, y dos en el
asiento del copiloto (por un momento se llegó a pensar que se
estaba en el interior de una enana blanca). A veces se escuchaban los
quejidos de quienes llevaban incrustada la rodilla de un
compañero en quién sabe dónde. Al poco
tiempo hicimos una parada en el campamento de los que levantaban las
torres, con el fin de que cada uno reconociera cuáles eran sus
rodillas y piernas, para que luego intentara salir caminando con
ellas. Después de un rato todos lo lograron, no con pocos
inconvenientes, pero lo hicieron. Ya más acomodados y
más «elongados» continuamos tranquilos, aunque era
recurrente aquel clásico dolor y profundo sopor de aquellos
miembros que es imposible acomodar. La situación fue
similar hasta que... ¡Aleluya!, apareció el otro chofer
en una nueva camioneta, repuesta eficientemente por la empresa que nos
las arrendó. Así nos pudimos ir, cinco por camioneta
como es debido, aunque el contraste nos hacía creer que
disponíamos de un enorme espacio. Llegamos finalmente a
nuestro cuarto campamento en el poblado de Toconao, donde nos
asentamos en la hermosa «Quebrada de Jerez», una selva si
la comparamos con nuestro anterior asentamiento. Comimos y
compartimos las experiencias del día. Ya más avanzada
la noche, compartimos chistes y un vinito en torno a una fogata a
duras penas mantenida. Poco a poco la gente fue volviendo hacia sus
respectivos «hogares», aunque cuatro sobrevivieron al
cansancio estimulados por apasionantes conversaciones de
«sobrefogata» que no menguaron hasta que el Toro y
Orión se alzaran sobre el horizonte acompañados por la
claridad que anunciaba un nuevo amanecer.
CAPÍTULO SEXTO: EL PRIMER ADIÓS
Un nuevo día comenzaba, pero esta vez un maravilloso verdor
esperaba al salir de las carpas o al abrir los ojos, pues algunos,
aprovechando el benigno clima de la Quebrada de Jerez, durmieron
directamente bajo las estrellas, despertando sólo al salir
aquella tan particular que calentaba, calentaba y despertaba a
aquellos sumidos en el sopor. El ánimo era tranquilo,
todos nos sentíamos satisfechos de los agitados días en
Monturaqui. Nos disponíamos a emprender el regreso, ahora por
el norte del Gran Salar, pasando por San Pedro de Atacama donde se
produciría «El Primer Adiós» y
finalizaría oficialmente esta primera expedición. Los
días de mayor actividad y tensión quedaron
atrás. Cada quien pudo dormir y descansar hasta más
tarde de lo que se había acostumbrado en la última
semana. Algunos aprovecharon de tomar un refrescante baño
matinal en la Quebrada, con el que se fueron los olores, colores y
sabores, que nos acompañaron durante nuestra estadía en
Monturaqui, otros (escapando de los metales pesados contenidos ahora
en el estero) salieron a recorrer el entorno. Sólo una
misión había que cumplir ese día: devolver a la
hora las camionetas de la expedición. De esta manera, a medida
que transcurrían los segundos y el horario del reloj se
acercaba a las doce, las carpas comenzaron a ser guardadas y las
camionetas a ser cargadas. Nuevamente había que hacer el ya
tradicional doble viaje para trasladar a los expedicionarios desde
Toconao hasta San Pedro. Ya de regreso, las camionetas fueron cargadas
una vez más y los últimos del grupo dejábamos ese
hermoso rincón de Chile, donde se hace difícil creer que
se está en el desierto más árido del
planeta. Así emprendíamos viaje a San Pedro de Atacama,
otro hermoso lugar al norte del Gran Salar. El relajo nos hizo
disfrutar al máximo la belleza del entorno: el impresionante
desierto a la izquierda y la imponente Cordillera de Los Andes a la
derecha, morada del vigía de Atacama, el volcán
Licancabur. Al llegar a la plaza principal de la ciudad, nos
encontramos con todos los compañeros que ahora
tendríamos que despedir. Debíamos ahora, preparar
rápidamente los vehículos para el viaje de retorno a
Antofagasta.
Algunos de nosotros habíamos decidido
permanaecer unos días más en la zona, con lo cual se
facilitaba el transporte del equipo y de aquellos que retornaban a la
capital. Las camionetas fueron cargadas por última vez.
Apretones de manos, besos, abrazos y buenos deseos finalizaban la
expedición. Todos nos sentíamos muy felices y
satisfechos por el éxito conseguido y porque todo lo planeado
se había llevado a cabo en muy buena forma. Hasta ya se
hablaba del próximo regreso al cráter, por lo que
éste era sólo un «primer adiós» a
Monturaqui. Las muestras, ya embaladas y etiquetadas, fueron subidas
al transporte de forma que llegaran a Santiago a la brevedad, para
así ser llevadas a la Universidad Católica. Ahí,
las muestras serían «interrogadas» sobre la edad
del cráter. Con el gran volcán (Licancabur) de
fondo, y en medio de despedidas, las camionetas encendieron
motores y rápidamente dejaron San Pedro, tomando rumbo a
Calama. Decimos rápidamente porque los vehículos
debían estar alrededor de las 19:00 h en Antofagasta, para ser
devueltos a la empresa Rent-a-Car. Si la mayoría piensa que
aquí nuestra aventura había llegado a su fin,
están todos muy equivocados... Eran alrededor de las
17:30 h cuando las camionetas nos dejaron en San Pedro, por lo que si
nos ponemos a sacar cuentas, estas deberían literalmente volar
para poder así estar a la hora en Antofagasta; de otra forma
tendríamos que pagar un recargo por atraso. Por supuesto es muy
difícil hacer volar una camioneta, con lo que era un hecho que
nuestros compañeros no llegarían a la hora. En efecto,
el grupo de avanzada, alrededor de las 19:00 h se comunicó,
desde Calama, con la empresa de arriendo de vehículos. Era casi
seguro que deberíamos pagar dinero extra por el atraso (dinero
que, por otro lado, no se tenía). Sin embargo, surgió
una última oportunidad; la compañía que nos
arrendaba nos aceptaba llegar tarde, pero con la condición de
que deberíamos devolver las camionetas ese mismo día en
sus oficinas del Aeropuerto Cerro Moreno, a más tardar a las
21:00 h. Los conductores de turno debieron, entonces, transformarse
en verdaderos pilotos de fórmula uno para cumplir el
objetivo. Velozmente, cruzaron el desierto por la Panamericana. En un
momento se pensó que lo lograrían. A las 21:00 h se
encontraban en la ciudad, ¡perfecto!
¡magnífico!... pero... ¿quién dijo
que el aeropuerto quedaba cerca de la ciudad? Tan rápido
como fue posible, ambas camionetas emprendieron rumbo al
aeropuerto. Pero lamentablemente, al llegar, la oficina de arriendo ya
había cerrado, por lo que todo aquel tremendo esfuerzo
había sido en vano. Cabe mencionar que todos quienes nos
encontrábamos en San Pedro, ignorábamos por completo lo
que le ocurría a nuestros compañeros en Antofagasta.
Ya más tranquilos, y sin haber podido devolver las camionetas,
decidieron buscar un lugar donde «caer». La única
referencia exacta era la residencial El Cobre. Una vez alojados
salieron a relajarse, aunque su única preocupación era
la entrega de las camionetas y la excusa a usar de forma de no pagar
más dinero por el atraso. Por eso, nadie pudo imaginar, ni
siquiera sospechar, lo que iba a ocurrir en el transcurso de las
horas. A la madrugada siguiente (3 de la mañana), uno de
los conductores de la jornada anterior, Enrique Romero, se encontraba
muy enfermo, con un gran dolor de estómago y de cabeza. Los
vómitos lo obligaban a estar constantemente en el baño.
Síntomas parecidos, pero no tan extremos, aquejaban al
expedicionario Francisco Burgos. Curiosamente, sólo ellos dos
habían comido chucrut la noche anterior. Ya salido el Sol, y al
no verse ninguna mejoría, se decidió llevar a Enrique a
la clínica, mientras una de las camionetas era devuelta. En la
clínica se le diagnosticó una gastroenteritis con
principio de intoxicación, por lo que fue atendido de
urgencia. Ya más aliviado, debido a las drogas que se le
suministraron, y una vez dado de alta, Enrique fue llevado en
camioneta al aeropuerto, pues debía viajar en pocas horas
más a su casa en Puerto Varas. Las personas que fueron a
dejar una de las camionetas esperaban preocupados pues la otra no
llegaba. Finalmente la camioneta hizo aparición, sin embargo,
ésta se encontraba sin sus
documentos. ¡Recórcholis!... ¿Dónde
quedaron los documentos de la camioneta?... Se les buscaron sin
éxito por toda la residencial. Enrique había sido el
conductor de aquella camioneta, el día anterior, por lo que era
el único que debía saber, era la última
esperanza. Peeeeero: El ya se encontraba en el aeropuerto, a punto de
embarcar. Por los altavoces del terminal aéreo Enrique pudo
escuchar su nombre. Luego, por teléfono, nuestro
compañero Pablo Torres trataba de hacer que Enrique recordara
donde quedaron los famosos documentos. En la conversación se
hacía evidente el efecto de los medicamentos sobre nuestro
intoxicado conductor próximo a viajar. De pronto, Enrique se
acordó: «¡están en mi
mochila!». Pero... Oops... problemas, la mochila ya estaba en el
avión. «Murphy, una vez más, triunfaba».
Todo lo que podía salir mal, salió mal. En fin... luego
de algunos minutos, la mochila fue desembarcada del avión y los
documentos fueron recuperados. La persona encargada en las oficinas
de la empresa de arriendo hizo los arreglos para que los documentos
fuesen devueltos en la sucursal del aeropuerto. Al fin, todo se
solucionó, y lo mejor de todo es que no nos cobraron ni un
cobre. Finalmente, tras solucionar un problema con un
«escape de gas» dentro de su mochila, Enrique pudo tomar
su vuelo a casa, mientras que el resto de la gente en Antofagasta pudo
emprender un feliz retorno a la capital. Nosotros, los autores de este
artículo nos quedamos unos días más en San Pedro,
junto con otros compañeros, disfrutando de tan hermoso
rincón de nuestro país y contemplando cómo la
noche iluminada de estrellas se junta con el vasto e imponente
desierto; noche que nos mostró maravillas, como por ejemplo la
vista de M33 sin más que nuestros propios ojos.
Así a la vista de la partida ya hacía pensar en
volver. La promesa está hecha: volveremos.
Expedición Monturaqui 1999
CAPÍTULO SEPTIMO: MONTURAQUI 1999
La expedición a Monturaqui de 1999.
Crédito:
Expedición a Monturaqui 1999
En el mes de julio en día 25, del año 1999, partió hacia el árido desierto de la segunda región, una nueva expedición al cráter de Monturaqui, esta vez conformada por 10 personas, integrada en más de un 50 % por miembros de ACHAYA (Asociación Chilena de Astronomía y Astronautica); el resto eran estudiantes de física y astronomía de la Universidad Católica. Los objetivos finales se cumplieron íntegramente, partiendo por una rápida aproximación al cráter, el que fue encontrado en sólo un día y sin percances. Se encontraron a su vez mejores muestras que la vez anterior, y así nos convencimos de que «más vale maña que fuerza», pues con menos de la mitad de los participantes, pero con una pizca más de experiencia, pudimos llevar a cabo una búsqueda con resultados bastante mejores que la vez anterior. Ya con las muestras en la mano realizamos, por recreación y para mejorar el registro gráfico del cráter, una ascensión al cerro Tambillo (3317 msnm), el que se encuentra a poco más de 2 km del cráter y aproximadamente 330 m más alto, lo que permitía una vista nueva y muy útil del cráter; todo esto además de una hermosa vista del desierto y la imponente y volcánica Cordillera de los Andes. Como último punto y el más importante, les contamos que los dosímetros dejados para poder luego realizar la datación por termoluminiscencia, fueron encontrados en perfectas condiciones y exactamente donde los dejamos. En resumen, nuevamente la expedición fue completa y exitosa, desde un punto de vista científico y humano.
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Ricardo Demarco - Última puesta al día: 7 de Abril, 2008